Sí, un año más. otro que echamos al saco. Cada año por estas fechas solemos hacer balance de los meses pasados desde las últimas uvas y empezamos a preparar la lista de los buenos deseos para el nuevo período que comenzará en breve. Hay deseos típicos y tópicos, salud, amor, una economía saneada...
Pero hay años que nos marcan, años que nos dejan profundas huellas que nunca se podrán borrar, unas veces por buenas (nacimiento de hijos, uniones de parejas, contratos de trabajo...) y otras por todo lo contrario, nos damos cuenta de que en las reuniones familiares que se producen por estas fechas habrá un sitio sin ocupar, algo que siempre tomábamos por normal, este año no será igual. Como es lógico cada cual lo digiere de manera distinta, porque, entre otras cosas, esa persona que ya no ocupará la silla, aunque es una sola persona, para cada uno de nosotros lo es de forma distinta. Cada uno tiene sus recuerdos, cada uno se sentía querido de una forma especial y única, cada uno lo veía con unos ojos. Pero no podemos ahogarnos en el recuerdo, debemos seguir, debemos continuar con nuestras vidas, por nosotros, por los que viene detrás y por ellos mismos. No podemos dejar la idea de que cuando alguien falte todo se acaba.
La vida de cada persona es importante, entre otras muchas cosas, por el legado que esta deja. Las vivencias que experimentamos deben traducirse en enseñanzas para los que nos siguen, y siempre hay que dejar la impronta de que hay que seguir, en cada etapa nos toca una función. Cuando somos pequeños vamos a remolque, seguimos la inercia que nos marcan. Vamos creciendo y empezamos a tomar conciencia de lo que nos tocará tarde o temprano, y llega un momento en que nos vemos delante, marcando el camino. Ya no tenemos guía y ahora nos toca a nosotros marcar el paso y tirar del grupo, pero siempre con el recuerdo de quien nos precedió en la tarea, teniendo presentes en cada momento los consejos y enseñanzas que nos intentaron transmitir y que en muchas ocasiones no valoramos en su justa medida.
Hola, si estas leyendo. Este es un humilde blog de corte personal, sin ánimo de enseñar nada a nadie, tan sólo se trata de un escaparate en el que compartir mis hobbies, paseos por la sierra y el mundo submarino, con la esperanza de que a alguien pueda interesar. Gracias por dedicarme tu tiempo.
martes, 8 de diciembre de 2015
domingo, 8 de febrero de 2015
No pudo ser
Bueno, en otra ocasión será. Hoy desde luego no fue posible. Quería estrenar mis nuevas raquetas y pensé que subir a La Bola seria un buen plan. Estuve mirando la previsión del tiempo en la página de AEMET desde varios días antes, todo ok, llevábamos toda la semana con buen tiempo, a partir del jueves se estropearía, pero el cambio era a partir de las 15 h. A partir de ese momento, daban lluvia, pero calculé que a esa hora estaría ya de vuelta, así pues por la mañana tiempo despejado.
Pues no, nada de eso, tiempo infernal. Las nubes metidas en la montaña, temperatura de 0° C en el puerto y un viento terrible con rachas de 100, si, 100km/h, que me tiraron en un par de ocasiones. Resultado, según subía, con mil ojos, el sudor que salía por el elastico del guante, se congelaba, y la manga del anorak, blanca de escarcha. Según se movian las nubes, había momentos en que no se veia a 20 metros. La verdad es que nunca había sufrido unas condiciones tan feas, ni con los -14°C que llegué a probar en el puerto de Pajares. El caso es que una vez llegué a la pista, tras iniciar el ascenso por el camino de tierra, paré a beber, y en la maniobra perdí un guante. Intenté cogerlo, pero cuando empezó a rodar ladera abajo, lo dí por perdido. En ese momento vi el tema un poco serio, la mano desnuda con esas condiciones, no me parecieron dos cosas que combinaran bien. Menos mal que llevaba un par de guantes polares finos, y así, con los dos guantes en la misma mano, regresé.
Habrá que intentarlo en otra ocasión, y espero disfrutar otra vez, porque a pesar de todo, disfruté de la mañana.
Pues no, nada de eso, tiempo infernal. Las nubes metidas en la montaña, temperatura de 0° C en el puerto y un viento terrible con rachas de 100, si, 100km/h, que me tiraron en un par de ocasiones. Resultado, según subía, con mil ojos, el sudor que salía por el elastico del guante, se congelaba, y la manga del anorak, blanca de escarcha. Según se movian las nubes, había momentos en que no se veia a 20 metros. La verdad es que nunca había sufrido unas condiciones tan feas, ni con los -14°C que llegué a probar en el puerto de Pajares. El caso es que una vez llegué a la pista, tras iniciar el ascenso por el camino de tierra, paré a beber, y en la maniobra perdí un guante. Intenté cogerlo, pero cuando empezó a rodar ladera abajo, lo dí por perdido. En ese momento vi el tema un poco serio, la mano desnuda con esas condiciones, no me parecieron dos cosas que combinaran bien. Menos mal que llevaba un par de guantes polares finos, y así, con los dos guantes en la misma mano, regresé.
Habrá que intentarlo en otra ocasión, y espero disfrutar otra vez, porque a pesar de todo, disfruté de la mañana.
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