Sí, un año más. otro que echamos al saco. Cada año por estas fechas solemos hacer balance de los meses pasados desde las últimas uvas y empezamos a preparar la lista de los buenos deseos para el nuevo período que comenzará en breve. Hay deseos típicos y tópicos, salud, amor, una economía saneada...
Pero hay años que nos marcan, años que nos dejan profundas huellas que nunca se podrán borrar, unas veces por buenas (nacimiento de hijos, uniones de parejas, contratos de trabajo...) y otras por todo lo contrario, nos damos cuenta de que en las reuniones familiares que se producen por estas fechas habrá un sitio sin ocupar, algo que siempre tomábamos por normal, este año no será igual. Como es lógico cada cual lo digiere de manera distinta, porque, entre otras cosas, esa persona que ya no ocupará la silla, aunque es una sola persona, para cada uno de nosotros lo es de forma distinta. Cada uno tiene sus recuerdos, cada uno se sentía querido de una forma especial y única, cada uno lo veía con unos ojos. Pero no podemos ahogarnos en el recuerdo, debemos seguir, debemos continuar con nuestras vidas, por nosotros, por los que viene detrás y por ellos mismos. No podemos dejar la idea de que cuando alguien falte todo se acaba.
La vida de cada persona es importante, entre otras muchas cosas, por el legado que esta deja. Las vivencias que experimentamos deben traducirse en enseñanzas para los que nos siguen, y siempre hay que dejar la impronta de que hay que seguir, en cada etapa nos toca una función. Cuando somos pequeños vamos a remolque, seguimos la inercia que nos marcan. Vamos creciendo y empezamos a tomar conciencia de lo que nos tocará tarde o temprano, y llega un momento en que nos vemos delante, marcando el camino. Ya no tenemos guía y ahora nos toca a nosotros marcar el paso y tirar del grupo, pero siempre con el recuerdo de quien nos precedió en la tarea, teniendo presentes en cada momento los consejos y enseñanzas que nos intentaron transmitir y que en muchas ocasiones no valoramos en su justa medida.