La verdad es que el día empezó un poco torcido, avería en el tren del Puerto. Tras los intentos del personal de RENFE y aguantar a un par de Yayos (de verdad que nunca entenderé a los Yayos impacientes, ellos que nos debían de dar clases de paciencia y comprensión. acaban con los nervios del más templado con sus comentarios e impertinencias, pero bueno) reanudamos el viaje y llegamos al Puerto de Navacerrada. En ese momento final de trayecto, pues el tren no subía a Cotos por acumulacíón de nieve.
Con una hora de retraso, sobre los cálculos iniciales, empiezo a subir hacia el puerto. La subida por debajo del telesilla (ahora parado) es corta, pero se nota que no estoy en forma y cuesta. De momento sin pisar casi nieve, y la poca que me encuentro prácticamente helada, cuidado, no hay que fiarse. Llego a la Venta Arias y cruzo la carretera para coger la subida a la Bola. Aquí si que hay nieve. Empiezo la subida y a los pocos metros decido ponerme ya las raquetas, la nieve está muy pisada y hace que los pies se resbalen en ella, al ceder ante el empuje de los pies. El tiempo estaba como de costumbre, niebla densa y a los pocos minutos despejado. Nada nuevo. Me cruzo con un grupo de estudiantes quinceañeros, todos muy preparados, con zapatillas de deporte, empapados hasta las rodillas y teléfono en mano haciendo fotos y con algún bolazo de nieve. Los dejo atrás y continúo por el camino, hasta el momento de girar a la izquierda y subir hacia la pista que me llevaría al repetidor de TV. En esta zona, sorpresa, me tengo que quitar las raquetas pues no hay nieve, toda la subida está pelada de nieve y subo con gran esfuerzo pisando tierra y piedras.

Una vez estoy casi en al pista, me detengo un rato para tomar resuello y contemplar la diferencia del paisaje en la zona orientada al sur y la orientada al norte. Parece que hubieran colocado la nieve expresamente en una sola zona.
Con el aliento recuperado, continúo con la subida por la pista, despacio (hoy me cuesta especialmente dar dos pasos seguidos, estoy desentrenado, pero no creía que tanto) y alternando zonas de nieve muy pisada, helada y zonas de hormigón. Poco a poco sigo y al llegar al telesilla me cruzo con otro grupo de estudiantes extranjeros, tan bien equipados como los anteriores. La verdad es que me pican en mi amor propio y aunque estoy extrañamente agotado, me empeño en seguir (si ellos han subido, no puedo quedarme a medias).
Así pues con la raquetas calzadas otra vez, tiro p'arriba, aunque sea parando a resoplar cada poco. El tiempo seguía a su ritmo, tan pronto veía las antenas como me rodeaba una niebla tan densa que no alcanzaba a ver dos balizas de la pista seguidas. Esto, aunque suene a pesado, es un gran peligro aquí. Aún conociendo el terreno es fácil despistarse y convertir un día de diversión en una experiencia amarga, cuidado.
Pero al fin después de una ascensión mucho más penosa de lo que esperaba llego a las antenas y doy fe de ello.
Ahora ya sólo queda bajar tras saborear un poco el entorno, esta vez sin disfrutar de las vistas, por las condiciones que veis en la foto. Aire y frío aquí arriba. Mucho más que en al subida cuando el sol se colaba entre la nubes.
La bajada se hace más cómoda, pero aún así sigo dándole vueltas al coco. Hoy estoy para el arrastre, pero como ahora cuesta menos la marcha me permite pensar un poco y caigo en al cuenta de mi cansancio excesivo. Cuando paré en la subida para beber agua a proveché y me comí dos pastelitos de almendra de navidad. Dos bombas energéticas y me habían dado un respiro, y caigo en la cuenta de que como iba deprisa para no perder el primer tren hacia Cercedilla, apenas desayuné un café con leche y un trocito de bizcocho. A todas luces insuficiente para el esfuerzo. Pero bueno ahora que creo haber encontrado el origen de mis males, bajo lo más ligero que puedo para llegar a l a estación del Puerto y dar allí buena cuenta del jamón y el queso que llevo.
Todos los días son buenos para aprender algo, igual que preparo la mochila, debo preparar mi cuerpo para los esfuerzos. Sin gasolina no hay viaje.
Bueno las cuatro de la tarde, estación de el Puerto de Navacerrada, me cambio de ropa y según va desapareciendo de la fiambrera el jamón y el queso, aparecen en mi organismo las fuerzas perdidas. Tras un café caliente, el tren hacia Cercedilla y luego el otro para casa. Hoy fue un día sufrido, pero muy satisfactorio. El próximo día, más.