miércoles, 28 de marzo de 2018

Primera excursión acompañado

     Bueno. Hoy fue la primera salida en compañía. Salida cortita, de quitar el mono, pisar un poco de nieve y comprobar que las caídas duelen.
     Después de que mi amiga Paqui insistiera en ir a la nieve y tras cuadrar descansos, se pudo organizar una salida, más de domingueros que de montañeros, pero bueno. El caso es que como sabía del estado de la nieve, organicé una caminata desde Cotos al mirador de la Gitana, para después ir a Rascafría a dar una vuelta por el pueblo y comer allí.
      Hoy toca coche y por lo tanto hay que llegar pronto o de lo contrario no habrá aparcamiento. Así que llegamos a una hora prudencial (tampoco es plan de levantarse a las seis) y aparcamos todavía bien aunque ya bastantea abajo en la explanada del parking. Mi amigo estrenaba bastones y había que usarlos. Al pasar por la parada del bus, tras avisar a las dos consortes que iban de casquera, primera caída, mi otra parte contratante pisó donde les había indicado que no lo hicieran y dió con sus huesos en el asfalto. Primeras risas. Empezamos a subir la todavía muy des0pejada explanada de los trineos y la sección femenina del grupo empieza a notar que lo de andar por la nieve no es como ir de escaparates, cuesta avanzar por lo helado del suelo y hay que estar atentos.


     El caso es que después de admirar el paisaje desde el mirador, las chicas se envalentonaron con seguir un poco más arriba, así que como donde hay patrón, no manda marinero, para arriba. Seguimos subiendo y disfrutando del buen día que hacía, la poca gente que transitaba por allí y las maravillosas vistas que siempre nos brinda esta zona.
     Llegamos por fin a un punto donde el camino empieza a empinarse un poco más en serio, y allí tras insistir, cedieron e iniciamos la bajada, punto en el que empezaron a entender que si la subida era fatigosa, con las condiciones del suelo, la bajada se hacía más complicada.                                                                                         Con más o menos cuidado, llegamos otra vez al mirador, y desde allí, continuamos la bajada hacia la explanada de trineos, donde ahora ya no cabía un alma. Todos los niños de Madrid debían estar allí. Que griterío. El caso es que este punto, la otra parte de la sección femenina también probó la dureza de la nieve helada y lo fácil que se pierde el equilibrio en estas circunstancias.                                                 Parada en la fuente para coger agua y de vuelta al coche para bajar a Rascafría a comer.                                                                                     Como no conocemos nada de la zona, nos dejamos llevar por la inestimable ayuda de los comentarios en internet y tras curiosear un poco, me decidí por reservar mesa en Casa Conchi, lugar que respondió perfectamente a los comentarios leídos (sobre todo en la ocupación, estaba a tope). 
     Ya que era pronto para comer, estuvimos dando una vuelta por el pueblo, tras ingerir unas cervecitas en una terraza donde disfrutamos del buen día que hacía, y con la información  sacada de 
   
la red, sobre los sitios que se deben visitar en Rascafría, un pueblo pequeño y que ha sabido adaptarse a la atracción turística que supone su enclavamiento natural.  Sin olvidarnos de la obligada visita a la fábrica de chocolate, un lugar de perdición para los golosos.                                                                                                     A estas horas ya va llegando el momento de atacar los platos del restaurante, que resultaron ser de todo menos ligeros, y sobre todo, plenamente recomendables. El caso es que una vez cumplida la misión sobre el mantel, nos decidimos por dirigirnos otra vez al aparcamiento de El Paular y acercarnos a la Presillas para bajar la comida y redondear la jornada.
     El camino es fácil y aunque había bastante gente, se podía admirar la belleza del lugar, ya que imaginamos que en verano debe estar con overbooking total. El agua baja limpia y cristalina, y bastante fresquita. Después de pasear un poco por allí, vuelta por el camino hasta cruzar en sentido inverso el Puente del Perdón, otro vistazo a las ovejas negras que pastan tranquilamente y al coche, no sin apuntar en la agenda otra salida para ir hasta la Cascada del Purgatorio. Pero eso será otro día.